Si nos has estado siguiendo en Facebook, Instagram o YouTube, habrás visto nuestra serie educativa donde analizamos cómo la justicia reproductiva y la justicia ambiental se superponen en nuestras vidas. Estamos emocionados de ofrecerles una visión general de la serie en forma de un blog — ¡para aquellos de ustedes que prefieren leer!
Comenzamos la primera parte de nuestra serie con una introducción a la naturaleza profundamente entrelazada de la justicia reproductiva y la justicia ambiental.
Mientras que la justicia ambiental significa garantizar que todas las personas tengan acceso a aire, agua y tierra limpios y libres de contaminantes tóxicos, la justicia reproductiva se trata de asegurar que todas las personas tengan acceso a la atención médica que necesitan y control sobre sus propios cuerpos, salud y decisiones reproductivas. Pero, ¿qué sucede cuando los contaminantes ambientales amenazan la misma base de nuestra capacidad para acceder a la atención médica y mantener nuestra salud?
La injusticia ambiental conduce a consecuencias devastadoras para la salud reproductiva, incluyendo complicaciones durante el embarazo, malformación congénita, enfermedades infantiles y otros problemas de salud graves — especialmente para comunidades marginadas, que soportan la mayor parte de las desigualdades ambientales y de salud. Los riesgos agrícolas, como la exposición a pesticidas, agravan aún más estos problemas — especialmente para las personas que cultivan nuestra comida y que frecuentemente son las más vulnerables a estos peligros.
La segunda parte de nuestra serie explora los desafíos específicos que enfrentan las personas embarazadas que viven en Nuevo México, donde muchas regiones se consideran desiertos de atención médica materna, con acceso limitado a servicios de obstetricia y ginecología y atención prenatal. Estos desiertos médicos, combinados con eventos climáticos severos como olas de calor, sequías e incendios forestales, hacen que el embarazo sea aún más riesgoso. Las comunidades indígenas, los residentes rurales y las poblaciones afrodescendiente e indígena —que tienen más probabilidades de vivir cerca de zonas propensas a inundaciones, corredores de incendios forestales o áreas con mala calidad del aire— enfrentan barreras sistémicas para acceder a atención médica y apoyo de emergencia. La exposición a condiciones de salud crónicas causadas por la contaminación y el cambio climático aumenta la probabilidad de complicaciones como parto prematuro, diabetes gestacional y muerte fetal. Las temperaturas altas y la contaminación del aire durante el embarazo se han relacionado con un mayor riesgo de bajo peso al nacer, parto prematuro e incluso trastornos de desarrollo neurológicos como el trastorno del espectro autista.
En la tercera parte, abordamos las formas en que los niños son particularmente vulnerables a la crisis climática. Sus cuerpos e inmunidad en desarrollo significan que enfrentan mayores riesgos por el calor extremo, la contaminación del aire, la desnutrición y trastornos de salud mental relacionados con desastres climáticos. Las olas de calor, los incendios forestales, los huracanes y las sequías amenazan su seguridad física e interrumpen la estabilidad de las familias y comunidades —fundamentos críticos para el desarrollo infantil.
En Nuevo México, lugares como Loving y Lybrook sufren de una calidad del aire peligrosamente mala debido a operaciones de petróleo y gas, lo que afecta la salud de los niños y su rendimiento académico.
Nuestra serie enfatiza que abordar estos problemas requiere educación comunitaria, políticas de resiliencia climática y prácticas sostenibles como reducir emisiones y promover transporte activo y energías renovables.
Lamentablemente, los desafíos ambientales van mucho más allá de la salud física, impactando también el bienestar mental y las estructuras sociales —un tema que abordamos en la parte cuatro. Las personas indígenas enfrentan pérdida cultural a medida que sus paisajes tradicionales y medios de vida se ven amenazados. Con temperaturas altas y eventos climáticos extremos que contribuyen al duelo ecológico, inseguridad habitacional y tasas crecientes de violencia doméstica y crímenes de odio, estos factores de estrés acumulados recalcan la necesidad de un enfoque holístico que integre apoyo de salud mental, equidad social y resiliencia climática.
Finalmente, en la quinta parte de nuestra serie, examinamos los impactos agrícolas de la crisis climática en Nuevo México —una industria vital que es altamente vulnerable a temperaturas altas, sequías y patrones cambiantes de precipitación. Estos cambios amenazan los rendimientos de los cultivos, la seguridad alimentaria y la calidad del agua, lo que tienen reacción en cadena negativa sobre la salud pública y las economías locales. Recientes legislaciones como la Ley de Eliminación de Descargas Contaminantes buscan fortalecer los controles de contaminación y proteger los recursos de agua, pero se necesita mucho más trabajo para implementar prácticas agrícolas resilientes al clima y una gestión sostenible del agua.
Al cerrar esta serie, te invitamos a llevar estas ideas adelante —no como un final, sino como un llamado a la acción. Estos problemas están profundamente conectados y arraigados en un sistema que valora las ganancias por encima de las personas y el control por encima del cuidado. Pero sabemos que otro mundo es posible: uno donde todas las personas, independientemente de su raza, ingreso, género o geografía, puedan respirar aire limpio, criar familias sanas, acceder a atención médica respetuosa y vivir en tierras que sean honradas y protegidas. La lucha por la justicia ambiental y reproductiva es la lucha por la vida misma. Sigamos empujando, organizando, sanando e imaginando juntos —porque prosperar no es un privilegio, es nuestro derecho.
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